viernes, 7 de noviembre de 2008

Nacimiento, crecimiento, decaimiento, y resurgimiento: 120 años del zoológico porteño

Hacia finales del siglo XIX Argentina se mostraba al mundo como un país emergente, con poderío económico gracias a su famosa categorización histórica de “agroexportador”, lo que le valía un papel fundamental a nivel global, debido a la capacidad de producir alimentos y materias primas que abastecieran a las regiones no tan agraciadas en cuanto a sus recursos naturales.

Enmarcado en ese contexto favorable, que nunca fue acompañado por un sistema político acorde a las necesidades de los distintos momentos y sus correspondientes circunstancias, Buenos Aires se sentía en la necesidad de realzar su condición de capital del país y atraer la atención mundial como potencial destinatario turístico – cultural, convirtiéndose en una ciudad receptora de las más finas e importantes influencias europeas a nivel arquitectónico y paisajista.
Dentro de la lista de requisitos esenciales e infaltables para ubicar a la capital del país a la par de los grandes centros políticos, económicos, sociales y culturales de Europa, se encontraba construir un zoológico de gran tamaño y belleza edilicia.

Su primitiva ubicación no distanciaba mucho del espacio que actualmente ocupa, aunque en sus orígenes formaba parte de una gran porción de tierras dominadas por estancias y alejadas del centro.Ese extenso territorio – Hoy barrio de Palermo - antiguamente pertenecía al General y terrateniente Juan Manuel de Rosas que, en demostración de poderío, mandó a construir jaulas especiales donde alojar especies autóctonas, cuando ostentaba el poder en la Provincia de Buenos Aires.

Su derrota en la batalla de Caseros lo mando sin escalas al exilio, dejando sus tierras para ser objeto de diversos usos, hasta ser destinadas por su enemigo político, Domingo Faustino Sarmiento, durante su presidencia (Año 1874) como el extenso parque Tres de Febrero, con un apéndice dedicado para la exposición de especies animales.

Una ordenanza municipal separó el sitio donde comenzaría a construirse el zoológico, otorgándole la importancia que una construcción como tal debía tener para una ciudad Capital a finales del siglo XIX, como punto de reunión de multitudes que se agolpaban para pasear, según la idea del entonces Presidente Carlos Pellegrini.

El objetivo primordial con el cuál se instituyó el parque contemplaba el encierro de los animales – que debieron en su mayoría importarse – para ser observados dentro de jaulas que imitaban la arquitectura característica del país de origen de la especie que allí dentro se encontrara.

Ese concepto de perfección edilicia fue impulsado por el primer director del zoológico, Eduardo Holmberg, que en la actualidad afortunadamente se mantiene en pie gracias a la conservación de recintos como el de los elefantes – el más famoso tal vez de todo el parque -, que recuerda a la cultura india, endiosando la figura del mamífero terrestre más grande.También se encuentra adecuadamente preservado el templo indonástico donde viven las vicuñas, la pagoda china de los osos pandas rojos y el templo de la jirafa, además de poderse disfrutar de réplicas de un templo romano, de un patio andaluz y la histórica glorieta donde en el pasado tocaban orquestas.
Imposible de olvidar y no mencionar son algunas de las viviendas “símbolo” que fueron eje de atracción y expansión del parque:

La de los leones – una especie de círculo empedrado gigante que en su centro encuentra una gran porción de tierra elevada por sobre el suelo donde el rey de la selva descansa -; la del Oso polar – un espacio adornado con una profunda pileta de agua helada –, la de los lagartos, que recuerda a un pantano invadido por color verde, donde se camuflan no solo el temible reptil, sino tortugas de agua.También son reconocidas la jaula de los Cóndores, construida en 1903, originalmente en memoria de las fiestas Mayas; y la casa de los Loros, que aún conserva los azulejos donados por el Gobierno Español en 1899.

La magnificencia de tales construcciones respondía a una concepción del parque zoológico que dejaba en segundo plano las necesidades de los mismos componentes del establecimiento, más allá del carácter científico y pedagógico que Holmberg intentó aplicarle.

El recuerdo de aquel pasado de sueños de gloria se refleja en las ornamentadas obras paisajísticas que persisten afortunadamente en la actualidad, y que se mezcla con jaulas modernas adecuadamente ambientadas para que los animales gocen del suelo y el clima característico de sus regiones de origen, más allá del encierro que implica el pertenecer a un zoológico.

La función investigativa, científica y educativa fue acentuada por el segundo director del zoológico, Clemente Onelli. Su origen italiano quedó impreso en varias de los edificios que se esparcen por los senderos de cemento que el mismo Onelli comenzó a señalizar con propiedad, aunque lo complementó con un sentido didáctico que incluía interacción con los animales, lo que aumentó la cantidad de visitantes en pocos años, y por ende, su popularidad a nivel público.

Lamentablemente, luego de su fallecimiento en 1924, tras dos décadas dedicadas al cuidado de tan importante construcción en la ciudad, la degradación con respecto a infraestructura e higiene general y animal se fue haciendo más común y notoria, hasta alcanzar su punto más bajo en popularidad y preservación al comenzar la década del 90.

La fiebre de las privatizaciones golpeó indefectiblemente al zoológico municipal, que fue cedido en concesión, y como todos los “regalos” realizados durante las presidencias menemistas, el grado de desprotección se incrementó, e incluso se alteró parte de su fisionomía, como por ejemplo, la gran entrada que se caracterizaba por una reconstrucción inspirada en los arcos de triunfos Romanos, que ahora queda obsoleta gracias al mayor lugar que ocupan los boleterías.Y el ecosistema alrededor ha quedado recortado por los enormes edificios que ahora ocupan un espacio que antaño era más abierto, producto del “progreso desmedido e incontrolable” al que se encuentra sometida la Capital Federal.

En 1997 se declaró al zoológico Monumento histórico nacional, a través del decreto 437/97; así como también fue catalogado como Área de protección histórica y distrito Urbanización Parque por el Código de Planeamiento Urbano.
Estas clasificaciones se convierten en escudos para salvar y proteger el funcionamiento de un monumento, y evitar la comercialización indiscriminada e incorrecta sobre cualquiera de sus elementos.

Hoy en día, con 120 años en la espalda, el zoológico reafirma y alimenta la idea de coexistencia armoniosa con los animales y la naturaleza, anteponiendo la investigación seria en pos de mantener vivas a especies en peligro de extinción por medio de proyectos de conservación, e impartir el conocimiento de manera educativa para que gente de todas edades entiendan la importancia, por un lado, de defender los derechos de quienes comparten este mundo con nosotros, y por el otro, captar el concepto de contribuir a la preservación del patrimonio municipal y/o nacional, como parte de nuestra historia. Esto es algo que los argentinos como sociedad todavía tenemos que aprender.

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